Biografía - II
EDUARDO
CANCINO

Egresado de la Fac. Medicina U.N.A.M.

INFORMACIÓN UNAM

En 1979, después de todas las peripecias de la primaria, la secundaria y la preparatoria -de está última iniciada en el CCH Azcapotzalco y finalizada a los dos días por un asalto en la parada del camión, continuada después en una Prepa particular "Escuela Preparatoria Activa- por fin, posterior al examen de admisión obligatorio y extenuante, fui aceptado en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Tal vez, eso no fue algo extraordinario para mí, pues en ese momento, la UNAM era el fin obligado si querías ser alguien en el ámbito de la medicina; además de saber que a mi me decían desde los 8 años "El Doc", historia larga, romántica e infantil, que si a alguien se la platiqué algún día, entenderá, los que no, pues se quedarán solo con "el Doc" como mote desde la primaria.

La UNAM

Mi bien amada Alma Mater, un sueño para muchos y algunos lo logramos, aquí viví la cuesta arriba de mi profesión, la deliciosa convivencia con mis compañeras y compañeros de grupo, las primeras tentaciones y los primeros riesgos; supe convivir, temblar de horror por un examen, la sufrida clase de un emérito y las barbaridades de un adjunto; supe valorar la estancia en las aulas de la ciudad Universitaria que apenas dos años de iniciada la acertar, tomabas las materias básicas y se transformaban en las materias clínicas a continuación, clases impartidas en las aulas de hospitales y clínicas. No regresamos a la Facultad de Medicina, si, después de los primeros 4 semestres, el siguiente paso era estar todo el día en clínicas; extrañamos y nos quedamos extrañando el paseo de las salmonelas, las chelas de estacionamiento, la cantada entre clases, la siesta cuando no llegaba un maestro y las fiestas del viernes en los pasillos, las aulas, los baños y los corredores de las facultades, de la nuestra y de las que rodeaban a medicina.

La vida como estudiante de medicina los dos primeros años era esa, ser estudiante, a partir del quinto semestre, te convertías en un tris en el "Doctor", pues pululábamos por cada una de las áreas de clínicas y hospitales, adscritos a la UNAM como unidades académicas y con catedráticos de práctica, ya no solo de teoría; ahí empezaba la otra vida del estudiante, aprendimos a ver y enfrentar la enfermedad, el dolor, el miedo y hasta la muerte. Cachun, cachun rara, UNIVERSIDAD


HOSPITAL GENERAL DE MÉXICO

Como les decía, a partir del quinto semestre nos tocaba cursar dentro de instalaciones hospitalarias casi todas la materias, no se si fue suerte o designio, pero casi todas lo cursé en el HGM, uno de los Hospitales de más alta concentración del país. Cientos de pacientes solicitando ayuda y socorro, personas de todo tipo, analfabetas y que no hablaban español solo algún dialecto, gente muy pobre, alguna de clase media e incluso algunos pudientes; el prestigio del hospital y sus insignes maestros, tienen el poder de la atracción. Casos difíciles, multitratados, rechazados o desahuciados en otros sitios, corren a buscar la solución en ese hospital, decenas de partos al día, pacientes en urgencias, en terapia intensiva e intermedia, radiología llena, laboratorios hasta el límite, dolor, sufrimiento, desesperación y desánimo, pero todos esto superado y resuelto con la sapiens de los médicos adscritos, la energía de los médicos residentes de los últimos años, la avidez de los nuevos residentes, lo incansable de los internos de pregrado y la paciencia monastérica de los insignificantes estudiantes aprendices de doctor.


Estudiar medicina, ese reto pocos lo aceptaban. El mito urbano decía que era la carrera más cara y más difícil, que se necesitaba estar demente para estudiar esa profesión; que los dedicados a esa carrera eran verdaderamente miembros de una secta, una que no sufre, que no llora, que no siente, que no come ni duerme, no vive, no tiene familia, amigos, pareja, entre otros grandes tabúes del raciocinio popular.

Después de varios años de ser miembro de esa secta de estudiantes oprimidos de medicina, me di cuenta que no se necesita matarse estudiando, solo era estudiar, si tenía amigos del alma, claro que todos ahí mismo, que sufríamos juntos los embates de docentes, residentes, adscritos y administrativos del hospital, que teníamos las bendiciones de los pacientes y el reclamo de los familiares; que no teníamos vida como los demás, nuestra vida era más plena, más simple, más llana, al entender que la vida se tiene y se pierde en un instante.

Todo eso que decían era mentira, los que si comprobé y sigo asegurando es que para estudiar medicina, practicar la medicina y ejercer la medicina, se necesita estar lleno de amor y verdaderamente LOCO.


MÉDICO CIRUJANO U.N.A.M.

Por fin el 20 de enero de 1985, sostuve mi examen profesional, el cual acredité sin más honores ni reconocimiento; posteriormente, el 29 de mayo de 1986, se firmó mi título profesional y se me declaró formalmente "El Doc" por todos mis amigos y conocidos

Sin embargo, debo hacer notar que terminé mi formación como médico cirujano con un promedio de 9.47, y aun así, ocupé el lugar 72 entre todos mis compañeros egresados, siempre estuve rodeado de excelente estudiantes, excelentes compañeros, excelentes amigos y el día de hoy, brillantes médicos, gracias.


TERREMOTO 1985

Para septiembre de 1985 me encontraba realizando mi servicio social; como se me habían dado las cosas, estuve un tiempo en un consultorio de emergencias médicas del DDF en la demarcación de Iztacalco, luego el terremoto y después en un consultorio en la comunidad de La Venta, poblado de Cuajimalpa, entrada al bello parque nacional Desierto de los Leones.

Entiendo que por los acontecimientos, muchos de los recuerdos de mi servicio social se desvanecieron con el impacto del terremoto de 1985, yo estaba iniciando mis actividades en el Consultorio de Iztacalco, cuando me sorprende el movimiento telúrico a las 7:50 de la mañana, no nos podíamos mantener en pie, entendíamos que era terrible, pero no alcanzábamos a comprender la magnitud del evento, salí rumbo a mi casa, a buscar que mi familia estuviera bien, cosa que pude comprobar muchos minutos después, -en el camino, estoy seguro que crucé por una calle que unas horas después se había cerrado con la caída de un edificio sobre la calle de Colima en la colonia Roma-. Seguro de la integridad de la familia cercana, me dirigí a la Cruz Roja Mexicana central Polanco, a la que pertenecía desde 1980 (ver bio - III) ahí, me enfrasqué un peto, me dieron las llaves de una ambulancia y empezó la pesadilla, ayudar, sacar, levantar, trasladar, no dormir hasta caer rendido en cualquier sitio, no comer, hasta que una mano piadosa nos daba un pedazo de pan, beber los que se pudiera y cuando se pudiera, llorar con la gente, con los compañeros, con los desconocidos.

No recuerdo exactamente cuando, pero por alguna razón me enviaron con la unidad que tripulaba al Hospital General, mi segunda Alma Mater y al llegar -yo no lo sabía- me encontré con el escenario más difícil que he visto en mi vida, el hospital había colapsado en dos de los edificios más grandes y concurridos del hospital, Ginecología y Obstetricia, Pediatría y la Residencia médica. 96 de mis compañeros de hospital, mis residentes y amigos, algunos maestros, mis amadas enfermeras y compañeros de generación habían quedado sepultados y habían perdido la vida, no puedo explicar la desesperación, el dolor y la impotencia ante ese hecho, queríamos sacar a todos, rescatar y devolverles la vida a cada uno, pero era imposible y absurdo, solo quedaba entender que algunos seguíamos vivos y debíamos continuar para ayudar a otros, a los rescatables, a los que podían guardar la esperanza de la vida; me sacaron a rastras del sitio y entonces, dediqué mi esfuerzo a buscar a quien más ayudar, así por tres interminables semanas.


"Descansen en paz, mis amados hermanos".

"Aun no entiendo si la vida te enseña a sufrir como materia obligatoria, o tienes que sufrir para entender todas las demás materias"

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